Por Héctor López Torres *
Casi todos los manuales de educación cívica dicen que el modo de reconocer la participación del pueblo en la designación de los gobiernos, en los Estados contemporáneos de la mayor parte del planeta, es el juego denominado "elecciones democráticas" y que, en general, ese juego es compartido por grupos de personas organizadas en los denominados "partidos políticos".
Las excepciones que recuerda la vida de los países "occidentales", sin embargo, no han sido pocas.
En la Argentina recordamos una importante cantidad de ocasiones donde algunos fueron privados durante largo tiempo de esa participación e inclusive de exhibir la más pequeña señal de identidad propia. Tales circunstancias fueron motivo de luchas cruentas y gobiernos de escasísima representatividad. Entre éstos, el más recordado, cuando se menciona el tema, es el que presidió Arturo Humberto Illia, de la UCR, electo con proscripción del peronismo, sin contar, por supuesto, aquellos que conquistaron el poder a través de golpes de Estado o por el fraude "patriótico".
En las próximas semanas, el 28 de junio, otra vez, habrá en el país "elecciones democráticas", y el evento repetirá una práctica ininterrumpida desde hace 26 años. Desde ya, si eso se compara con el período del gobierno genocida que lo precedió entre 1976 y 1983, ese sistema electivo, es lo mejor que nos ha ocurrido en los últimos 100 años. Obviamente, se trata de una comparación con una tragedia en la cual muchos miles de argentinos terminaron presos, exiliados, desaparecidos, asesinados, y los demás, los que sobrevivimos, excluidos de cualquier tipo de decisión política.
En consecuencia, la primera conclusión no puede menos que establecer que las elecciones del 28 de junio serán la mejor manera de elegir gobierno en la Argentina de estos tiempos. Pero queda pendiente, para algunos (¿o muchos?) la incógnita acerca de si este tipo de "elección democrática" es efectivamente una genuina elección y es efectivamente genuinamente democrática.
Esa disyuntiva -ser o no ser- no es menor para determinar el voto o el no voto. Y caben, entre muchos asuntos previos a examinar, una serie de comparaciones hacia el interior del proceso iniciado en 1983, un cuadro de situación del contexto nacional actual en el marco de la globalización, la ubicación del lugar y de los actores de los poderes de decisión más allá de las apariencias que fabrican los medios de comunicación y propaganda, la importancia real de cada "poder" constitucional en el rumbo del país, etc., etc.
Me parece que no es nada fácil decir a quién se va a votar si uno se pregunta qué sentido tiene votar.
Si, volviendo a las comparaciones, los principales protagonistas, los protagonistas con expectativas de "ganar" la "elección", son elementos reciclados de genealogías políticas archiconocidas, hay dos datos básicos ineludibles. El primero, que los candidatos "ganadores" han sido y son responsables políticos de todas las calamidades que se achacan entre sí. Y el segundo, que se auto titulan, aunque no lo sean, representantes de lo mismo con ciertas variables cosméticas o de personalidad.
Es claro que si ahora se comparan gobierno y oposición, como si no hubiese ninguna otra fuerza o alternativa, la mayoría es posible que se incline, no digo "votaría", a favor del gobierno. Porque si ha habido, desde el 83 hasta la fecha, una "oposición" (me refiero a la "oposición" de Carrió, De Narvaez and company) claramente ligada a los sectores más reaccionarios del poder, es la actual. Es una oposición a la integración regional con los Estados progresistas de América, a las políticas de recuperación de los recursos naturales y herramientas estratégicas de la economía enajenados durante la vigencia del Consenso de Washington, al juicio y castigo de quienes asumieron la represión sangrienta de las fuerzas populares, al encaminamiento hacia economías productivas autónomas y no dependientes de la inversión extranjera neocolonialista, y al sin fin de medidas que puedan recolocar al Estado por encima de los "mercados", es decir, fuera del control del poder económico y financiero dominante.
Es claro también, por otra parte, que si se comparan las políticas del gobierno y las políticas de cambios profundos de la realidad, que hagan desaparecer la pobreza y las demás formas de injusticia al mismo tiempo y paralelamente que el poder y los intereses que las mantienen y reciclan, nos encontramos con muchas materias pendientes.
Entre los muchos amigos que tengo, la inmensa mayoría piensa lo que acabo de describir. Unos pocos van a votar a algunos desconocidos, que ellos conocen por andar circulando donde no hay fotógrafos ni cronistas y sí trabajadores que luchan. Otros, no son muchos tampoco, van a votar viejos que siempre se mantuvieron fieles a sus principios aunque sus partidos tuviesen resultados que anduvieron alrededor del 2 o el 3 %. Los menos pero más entusiastas hace rato que vienen sosteniendo que con Kirchner no come, no se educa y no se cura un montón de gente pero que es muchísima menos que antes y muchísima menos de la que comería, se educaría y se curaría con los otros. Y finalmente tengo otros amigos que desde las últimas "elecciones legislativas" de De la Rúa no han ido a votar. Y dicen: "mi voto les permite afirmar, falsamente, que el pueblo votó, eligió y todo ha sido democrático, para que sigan gobernando los que tienen el poder, no el gobierno, gente como Yabrán que no quieren aparecer en los medios ni en los spots de TV ni en los afiches: gente con tenebrosas palancas de decisión. Por eso, conmigo no cuenten".
Tal vez todos tengan un poco de razón. Pero como las razones se escamotean en las campañas electorales de los últimos años, es bueno que El Mensajero nos proponga discutir y el lector reflexione sobre el "ser o no ser" electoral.
* Periodista, dirigente del gremio de prensa.