sábado, 12 de abril de 2008

MURIO EL DOCTOR HORACIO LOPEZ, UN HOMBRE EJEMPLAR


Garín despidió a un ser querido


El pueblo de Garín amaneció el sábado envuelto en un sorpresivo y doloroso duelo: su primer pediatra, el doctor Horacio López, había fallecido en su casa a causa de una enfermedad coronaria. Pero la pérdida, en este caso, no era la de un profesional más. Se trataba, en esencia, de una gran persona, sensible, honesta, inteligente, realmente ejemplar, de esas a las que la condecoración de ciudadano ilustre, que había recibido, casi que le quedaba chica. Quien lo haya conocido sabe que nada de lo dicho es exagerado.
Seguramente, sin embargo, todo lo que apunte esta nota no sería del agrado del doctor López, por la simple razón de que habla de él. "Uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto", había contestado, parafraseando a Joan Manuel Serrat, cuando le preguntaron por el origen del afecto que la gente le profería. "No sé, es cuestión de los ojos con que se miran las cosas. Ni tan de un lado ni tan del otro", decía al respecto en una entrevista que El Mensajero publicó en junio de 2005.
López había llegado a estos lares en julio de 1970. Nacido el 2 de diciembre de 1942 en Capital Federal, cursó sus estudios primarios en Barracas y el secundario en Pueyrredón. Se inició en la Facultad de Medicina de La Plata, pero a mitad de carrera se cambió a la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó en 1968. Un año después ingresó a Casa Cuna -un compañero suyo de ese sanatorio le aconsejaría mudarse a Garín, que no tenía pediatras- y en 1971 pasó a revistar en el hospital Muñiz. Allí trabajó hasta jubilarse, en 1992.
Como compañera de ruta por el arduo camino de la vida, López encontró en Norma Milletich a la persona indicada. Fue ella su apoyo cuando sus padres murieron, quien lo acompañó en su aventura de abandonar el ruido porteño y empezar desde cero en aquel Garín casi rural, con quien contrajo matrimonio en junio de 1971 y la madre de sus cuatro hijos: Fernando Gabriel (34 años), Mariano Andrés (32), Carlos Alberto (30) y Ulises Horacio (20). También con ella -pediatra, para variar- compartía el consultorio de la calle Larroca al 1100, delante de la vivienda familiar.
Desde aquel chico con sarampión que fuera su primer paciente, López atendió a tres generaciones de garinenses durante los 37 años de servicio que ofrendó en la localidad, sin dejar de consignar algún caballo intoxicado o algún perro enfermo, porque para todo favor, por raro que sea, siempre estaba a tiro. Médico ajeno a la corporación, se desempeñó fiel a sus convicciones, no le negó asistencia a quien no pudiera pagársela y nunca perdió esa humildad, a veces extrema, que lo caracterizaba. En política y fútbol siempre llevó las de perder: simpatizaba con las ideas de izquierda y era hincha de Racing.
Con sobrados merecimientos y a través de un proyecto presentado por vecinos de Belén que habían sido pacientes suyos, el Concejo Deliberante sancionó en mayo de 2005 una ordenanza que lo declaró ciudadano ilustre de Escobar. El entonces intendente Silvio González le entregó cinco meses después esa distinción junto a su secretario de Gobierno, Sandro Guzmán, en la Casa Municipal de la Cultura. "Estas cosas no me gustan para nada. No quiere decir que no sea un honor, pero lo acepto para no ofender a la gente que lo hace de buena voluntad", explicaría.
La noticia de su muerte entristeció a todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo. Su velatorio se retrasó hasta el domingo a la tarde para esperar que el hijo mayor llegara desde España. Pero no hubo para el doctor Horacio López un adiós sino un hasta siempre. Y no son pocos los vecinos que ya hablan de organizarle un homenaje que eternice su recuerdo. Por lo pronto, el hombre que más que vivir honró la vida -siguiendo con las paráfrasis- partió con honores hacia la inmortalidad. Ya hace tres años lo había dicho: "No me quedan deseos por cumplir. Con la salvedad de la palabra, voy a morir con las botas puestas". Y vaya si lo hizo.